Aprovechando los largos y lluviosos días de confinamiento en Kuala Lumpur, donde debido a la imposibilidad de salir de esta ciudad me encuentro falto de nuevos estímulos y lugares de los que hablar, he decido rebobinar unos meses y volver hasta el 9 de marzo, cuando me encontraba en la ciudad India de Ranchi, y el mítico festival conocido como «Holi» me pilló totalmente de sorpresa, como suele suceder.
Varias veces he leído frases que dicen que un viaje no planeado suele ser mucho más divertido y enriquecedor que uno en el que apenas quede espacio para la sorpresa. Yo puedo dar fe de eso, aún ajustándome a mi corta experiencia como viajero. En Tailandia, sin planearlo ni saberlo, nos topamos de casualidad con el «Loy Krathong» en Chiang Mai, el «Festival de las flores» en Da Lat, o el «Shivaratri» en Katmandú. Y es que no hay mejor sensación que dar con un festival de estas envergaduras por sorpresa y sentirse totalmente afortunado por ello.
Pero vamos al tema que nos compete esta vez: ¿qué es el Holi exactamente? Supongo que os estaréis preguntando muchos…
El Holi es una fiesta que se celebra cada año el día después de la primera luna llena de marzo, en India y Nepal. Suele comenzar con la quema de unas enormes hogueras (que yo me perdí) durante la noche, y continúa a partir del día siguiente con la llamativa estampa que muchos habréis visto de gente totalmente embadurnada de colores como si fueran arcoíris andantes. Aquí no hay restricciones de edad o sexo: hombres, mujer y niños salen a las calles de todo el país con una sonrisa en la cara y soltando un «¡happy Holi!» antes de embadurnarte posiblemente más de lo que ya puedas estar, ya sea a través de pistolas de agua, globos, o simplemente utilizando sus manos como arma principal.


Durante el transcurso de esta fiesta, que se celebra prácticamente en cada rincón de estos dos países, se cierran casi todos los comercios y servicios, con lo que ambos países quedan casi paralizados por completo para la celebración de esta cada vez más conocida fiesta, algo que ya es muy difícil de presenciar en esta sociedad del capital en la que vivimos, que no se detiene por casi nada.

Multitud de teorías inundan las redes acerca de los motivos de dicha celebración. Unos dicen que se celebra en parte como bienvenida a la primavera, que está por llegar, y con ella la temporada de buenas cosechas y abundancia de comida. Otros están plenamente convencidos de que esta fiesta se debe a la leyenda mitológica del castigo del rey Hiranyakashipu y su hermana Holika, los cuales atribuyen esta celebración directamente a la religión hindú, pero lo cierto es que hay evidencias de que la misma se realizaba desde muchos siglos antes de la aparición de esta religión politeísta.
Aunque el festival de colores se celebra profusamente en la práctica totalidad del país, hay ciudades y lugares concretos donde la celebración es mucho más intensa y atractiva. Algunas de estas ciudades pueden ser la misma capital, Nueva Delhi, Mathura y Vrindavan, Barsana, o la mítica y espiritual Varanasi. A mí sin embargo me pilló en una pequeña ciudad casi desconocida por el turista, donde a pesar de que estuve casi todo el día recorriendo diferentes partes de la misma, no pude encontrar más pequeños grupos de no más de 15 o 20 personas repartidos por diferentes calles, bailando y lanzándose polvos de colores los unos a los otros.
Esta fiesta ha adquirido tanto reconocimiento a nivel mundial, que investigando acerca de ella para escribir esta entrada, me enteré que en Barcelona, una preciosa ciudad de mi país, también la celebran desde hace unos cuantos años. Eso sí, es fácil imaginar que la intensidad con la que lo viven los indios nunca será la misma que en cualquier otro país o ciudad que se decida a importarla.
Yo por mi parte, mientras iba contemplando el espectáculo y fotografiando lo que me parecía más curioso, hubo momentos en los que se me echaron encima, polvos en mano, para embadurnarme por completo y hacerme también partícipe de su alegría y emoción por aquella fiesta. A pesar de salir corriendo por las calles, no pude evitar «dejarme» manchar un poquito para sentirme también parte de aquel momento tan especial para ellos. ¿Habríais hecho lo mismo?