Camboya es un pequeño país que cuenta con una población aproximada de 16 millones de habitantes. De estas 16 millones de personas, la mayoría son predominantemente jóvenes. Esto no debería ser más que un motivo de alegría y positividad para un país. Pero en el caso de Camboya, cuando nos adentramos en su historia reciente y en los motivos de dicha tasa de población joven, no podemos más que sentir profunda tristeza y respeto por los camboyanos.
Fueron principalmente dos los acontecimientos históricos que devastaron este país:
- La conocida como «Guerra de Vietnam«, entre 1955 y 1975, entre Estados Unidos y Vietnam del Norte (en aquel momento país independiente de Vietnam del Sur).
- El posterior régimen de los «Jemeres Rojos«, que duró cuatro años: desde 1975 hasta 1979.
1955 – 1975: LA GUERRA DE VIETNAM
Y cualquiera con pocos conocimientos sobre la «Guerra de Vietnam» podría preguntarse: ¿Y qué tuvo que ver esta guerra, que tuvo lugar principalmente en territorio de estos dos países (Vietnam del Norte y Vietnam del Sur), con la devastación de Camboya?

Pues tristemente, tiene mucho que ver, pues tanto Camboya, como Laos, se convirtieron en objetivos de bombardeos indiscriminados por parte de los estadounidenses, a pesar de no estar ninguno de ambos países participando activamente en la guerra.
OPERACIÓN MENÚ. Así es como se llamó a la campaña encubierta estadounidense de bombardeos masivos al este de Laos y Camboya, con el presunto objetivo de eliminar las bases del Vietcong en dichos países. Laos se convirtió en el país más bombardeado de la tierra. Según este artículo de la BBC, sobre tierras laosianas cayeron más de 260 millones de bombas de todos los tamaños, incluidas las temidas «bombas de racimo», de las cuales a día de hoy aún quedan un alto porcentaje sin detonar, y presentan un alto riesgo para la población o cualquiera que se encuentre con ellas.
Camboya, el país en el que nos centramos en esta entrada, también se llevó su parte en los indiscriminados bombardeos, donde cayeron más de dos millones y medio de toneladas en bombas. Como en Laos, todavía quedan un porcentaje de ellas desperdigadas y sin detonar a lo largo del país, con el consecuente peligro que representan para cualquiera. Desde que acabara la guerra hasta ahora, miles de vidas humanas de han perdido a causa de explosivos sin detonar.
Dichos bombardeos indiscriminados, que además de cobrarse cientos de miles de vidas, destruyeron gran parte de las tierras cultivables del país, causando una enorme hambruna, fueron uno de los muchos detonantes para que «los jemeres rojos» con Pol Pot a la cabeza, pudieran hacerse con el control del país el 17 de abril de 1975.
1975 – 1979: EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO CON LOS JEMERES ROJOS
Una vez terminada la guerra en Vietnam, y retiradas las tropas estadounidenses del sudeste asiático, el partido de Pol Pot, que había ido ganando fuerza y popularidad entre la población a causa del rechazo de la gente a las agresiones norteamericanas, entraba triunfante en la capital del país, Nom Pen, para derrocar al régimen del general Lon Nol. La primera medida que los jemeres tomaron fue la de ejecutar a todos los que habían participado del anterior gobierno. De esta forma, comenzaría una interminable sucesión de asesinatos y crímenes sin precedentes en Camboya.
Durante los apenas cuatro años que se mantuvieron en el poder, murió aproximadamente el 25% de la población del país. Si queremos oscurecer más los datos, por género, por ejemplo, murieron 1 de cada 3 hombres. Las cifras de fallecidos no son exactas, como ocurre siempre en este tipo de circunstancias, pero para no pillarnos las manos diremos que entre 1,5 y 3 millones de personas murieron por causas directas o indirectas de este sanguinario régimen.
Los jemeres comenzaron rápidamente un proceso de «ruralización», donde la población fue obligada a desalojar las ciudades para volver a vivir en el campo. Dos millones y medio de habitantes de la capital, Nom Pen, comenzaron un éxodo del que muchos no saldrían con vida (muchísimo de ellos eran enfermos y gente mayor).
Los jemeres tenían muchos colectivos en su lista negra, como por ejemplo, los monjes budistas. Se estima que de 60.000 monjes budistas que vivían en aquella época, tan sólo 6.000, un 10%, sobrevivió al régimen. Tampoco se salvaron los intelectuales. El simple hecho de llevar gafas podía costarle la vida al individuo. Pol Pot quería seguidores incultos y obedientes, incapaces de cuestionar las acciones o ideas de su despiadado régimen en lo más mínimo. Muchos de sus soldados y ejecutores tan sólo eran niños y adolescentes provistos de armas y una sola consigna: obedecer y acatar lo que el Angkar (la cúpula del régimen) ordenara. Y fueron bastante funcionales en ese sentido. Los niños se acostumbraron a quitar la vida sin ningún resquemor o resentimiento. Se convirtieron en armas sin alma, sin capacidad de empatizar.
MUSEO TUOL SLENG O PRISIÓN S-21
Como ocurriera tres décadas atrás en Europa con el genocidio nazi, los jemeres escogieron grandes edificios y estructuras para convertirlas en campos de concentración y exterminio. Este es el caso del actual museo «Tuol Sleng«, que se encuentra en Nom Pen, y que previamente era un instituto de educación secundaria. Se convirtió en la prisión más secreta y mejor gestionada de los jemeres rojos, donde se llevaron a cabo torturas y asesinatos en masa.

La visita al museo, con audio guía incluido, cuesta 8 dólares, y es totalmente imprescindible si no queremos saltarnos una parte muy importante de la historia de este país. Si eres una persona sensible llorarás, igual que verás a otros llorar, al conocer los métodos que aquí se usaban, y las historias de algunas de las víctimas de aquel terror. Yo, que soy una persona «de corazón helado», a duras penas pude reprimir las lágrimas.

El recinto se compone principalmente de cuatro grandes bloques de edificios enumerados en A, B, C y D. En todos ellos hay múltiples habitaciones, que otrora fueran aulas donde los jóvenes camboyanos se formaban y preparaban para enfrentarse a su futuro, y posteriormente reconvertidas por los jemeres en celdas de pesadilla que albergarían horribles torturas y asesinatos. Como decía en el documental un afín al régimen que trabajó en aquella prisión: «desde el momento en el que entraba alguien a S-21 como prisionero, para nosotros ya era un hombre muerto, así que lo tratábamos como tal«.
Los guardias torturaban a los prisioneros hasta el punto de inventarse estos un testimonio falso que los inculpara de lo que fuera, para terminar de una vez con aquella agonía. Una vez habían «confesado», eran asesinados. Los guardias eran obligados a obtener un testimonio de los prisioneros a la fuerza, ya que según sus líderes «todo el que entrara en S-21 era irrevocablemente culpable de algo«. La mayoría tenía que inventarse ser culpable de algo, incluso dando nombres de presuntos cómplices, los cuales se inventaban también.
Curiosos y terroríficos algunos de los lemas que este régimen grabó en la mente de sus seguidores: «el Angkar nunca se equivoca» o «mejor asesinar a un inocente por error, que dejar marchar a un posible enemigo«.
Se estima que en Tuol Sleng perdieron la vida entre 12.000 y 20.000 personas. Tan sólo hay doce supervivientes confirmados. No sólo camboyanos fueron víctimas de esta locura, también hubo vietnamitas, tailandeses e incluso europeos o americanos. Por supuesto, Tuol Sleng fue sólo fue una de las más de 150 prisiones de exterminio que los jemeres crearon por todo el país.
En sus cuartos me encontré de frente con miles de rostros. Hombres de todas las edades, mujeres, y otras tremendamente desgarradoras, que muestran bebés y niños de muy corta edad totalmente destrozados. Por supuesto, no tuve ni fuerzas ni coraje de fotografiar estas. Demasiado duras, incluso para mi.

Durante las cinco horas largas que estuve en aquel lugar (1 hora y 45 minutos las consumí en el documental), intenté ser lo más respetuoso posible y no hacer demasiadas fotografías en aquellos cuartos, pues estaba prohibido, tan solo saqué las que aquí muestro.
Al salir del bloque D, al final del recorrido de la visita, me encontré con un pequeño «stan» de libros para vender. Le pregunté al hombre que había detrás del «stan», y me dijo que el autor era él, uno de los poquísimos supervivientes de aquel horror. No recuerdo ahora el nombre de aquel hombre. El libro era bastante grueso y estaba en inglés, creo que costaba unos 28 dólares. Le dije que me encantaría comprarlo pero era demasiado peso para mi mochila de viaje. Todavía estoy un poco arrepentido de no haberlo hecho y haberme fotografiado con aquel hombre que es un «pedazo de historia viva» de aquel lugar y de aquel país.
En los últimos momentos del régimen, como pasara también con el nacionalsocialismo alemán, Pol Pot entró en un estado constante de paranoia que propició la ejecución de muchos altos cargos del régimen, sin contar los innumerables soldados y seguidores comunes. Al igual que Hitler, Pol Pot veía traidores y enemigos hasta en su más intimo círculo de amistades.
Hoy, 7 de enero, se cumplen exactamente 41 años de la caída de este sanguinario régimen. Sin saberlo ni planearlo, ha coincidido la fecha de publicación de esta entrada con el aniversario de su caída, lo cual me enorgullece enormemente.
El régimen de los jemeres rojos es amplio y profundo de analizar, y daría para muchas entradas. Al igual que su impotente final, en el cual la mayoría de sus líderes y promotores se marcharon prácticamente de rositas por parte de la comunidad internacional y el resto de países. Es más, hace pocos días leía una noticia de agosto de 2019, en la que decía que el número dos de los jemeres rojos, Nuon Chea, fallecía en un hospital de Nom Pen, a los 93 años.
Se estima que Hitler y su régimen nazi asesinaron a un total aproximado de 4 millones de personas, procedentes no sólo de Alemania, sino de otros muchos países europeos y africanos que lograron invadir. Pol Pot y los jemeres rojos asesinaron aproximadamente a 2 millones de personas, en un pequeño país donde apenas vivían 7 millones y medio. Para que tengamos en cuenta la importancia; desde el punto de vista proporcional, el genocidio camboyano fue mucho más grave incluso que la barbarie nazi.
MINAS ANTIPERSONA
Si Laos tiene el triste récord de ser el país mas bombardeado de la historia, Camboya presume de otro no menos triste. Camboya es el país más minado del mundo. Se estima que se instalaron más de 10 millones de minas antipersona. De este modo no es nada raro encontrar, en cualquier parte del país, personas sin brazos, sin piernas, incluso sin partes de la cara, totalmente mutilados por estos inventos para «desmoralizar al enemigo», pues las minas no se inventaron para matar, sino para herir y mutilar.
Una vez que el país se estabiliza un poco y llega la paz, organizaciones y particulares se ponen manos a la obra en la tarea de desminar el país.
Uno de los personajes más celebres y reconocidos en esta labor, debido en parte a su peculiar historia y al hecho de haber desactivado por su propia cuenta más de 50.000 minas, se llama Aki Ra, o al menos así le gusta que le llamen.
Cree haber nacido en 1970. Sus padres fueron asesinados por los jemeres rojos cuando apenas contaba cinco años, con lo que pasó su infancia en uno de los campos para huérfanos del régimen. Con 10 años le dieron su primer rifle y viviría parte de las dos décadas siguientes en una guerra constante. El trabajo de plantar miles de minas hizo que se familiarizara tanto con ellas que prácticamente se convirtieron en sus mejores amigas. Le servían para protegerse y hasta para conseguir comida. Pero en aquel instante no era consciente del daño que estos artefactos provocaban a sus compatriotas.
En 1987 desertó de los jemeres rojos y se unió al ejército vietnamita para luchar contra los que habían asesinado a sus padres. En 1989 se marchó del ejército vietnamita para unirse al ejército nacional camboyano y continuar combatiendo contra los jemeres rojos, ya confinados a luchar desde hacía una década entre selvas y montañas.
Al mismo tiempo que luchaba contra los jemeres, se dedicó a desminar partes del terreno que él mismo previamente había minado. Así continuó haciendo por muchos años hasta que en 1997, con la ayuda y la caridad de amigos principalmente procedentes de otros países, pudo abrir el museo donde exponer la gran colección de minas y explosivos que había conseguido desactivar.
El museo se encuentra en Siem Riep, ciudad natal de Aki Ra. La entrada cuesta 5 dólares y está destinada al mantenimiento y organización del mismo, además de ayuda para los niños que allí viven y trabajan, en su mayor parte víctimas de las minas antipersona.
Las técnicas de desminado de Aki Ra y su equipo eran rudimentarias y temerarias al principio, pero con el paso del tiempo y la ayuda de organizaciones internacionales, donaciones y otros países, las técnicas fueron modernizándose hasta convertirse en mucho más seguras.

La mujer de Aki Ra, Bou Senghourt, murió en 2009 a causa de una enfermedad con tan sólo 28 años de edad. Era la directora del museo y también había contribuido personalmente a desminar el país. En 2010, Aki Ra fue elegido como uno de los 10 héroes en el famoso programa de CNN Heroes por su labor de ayuda.
Algunos de los datos y cifras que ofrecen esta organización:
- Una mina cuesta entre 5 y 27 dólares y permanece activa por siempre
- Todavía hay millones de minas activas y ocultas en Camboya
- Desde el final del régimen de los jemeres rojos hasta hoy en día, aproximadamente 67.000 personas han sido heridas o muertas por las minas antipersona
- Cuesta aproximadamente 0,50 dólares limpiar de minas un metro cuadrado de terreno
- Desde que empezaran los trabajos de desminado en 1992, cerca de 1 millón de minas y 3 millones de explosivos han sido removidos y desactivados de suelo camboyano
APOPO: entrenando ratas para salvar vidas
Otra curiosa organización que trabaja en el desminado del país es conocida como APOPO, y se encuentra también en Siem Riep. Ellos no utilizan detectores de metales ni herramientas por el estilo para esta labor, sino algo mucho más orgánico y particular: ratas.
Estos «pequeños» roedores que pueden llegar a medir hasta 35 centímetros de largo y pesar más de 1 kilogramo, son traídas de África. Desde su nacimiento, son preparadas y entrenadas para oler y localizar el explosivo «TNT» que se utiliza en las minas antipersona. Se les alimenta y se les cuida bien, para que puedan lograr un rendimiento óptimo. Las ratas tienen sus horarios de descanso y de trabajo, y se las recompensa debidamente cuando realizan bien su labor.
Uno de los trabajadores camboyanos de esta organización, comentaba en un documental: «antes de trabajar en APOPO, solía comer ratas, como es tradición en mi familia y mi zona, ahora no podría volver a comerlas, porque las considero más que simples animales, ahora son compañeras de trabajo«
Nos hicieron una pequeña demostración para comprobar cuan efectivo y rápido es este proceso desminado. Primero se prepara al animal ajustándole un arnés alrededor del cuerpo. Por una de las anillas del arnés se pasa una cinta métrica para que el animal pueda moverse en línea recta. Dos hombres se colocan uno frente a otro, a una distancia aproximada de 10 metros. El animal va cubriendo de un lado para otro dicha distancia y los hombres van dando pasos laterales para agrandar terreno. Todo objeto que contenga olor a TNT o explosivo es inmediatamente desenterrado por el animal y los expertos procederán a desactivarlo.
Muchos han sido ya los países en los que APOPO ha trabajado para desminar sus tierras desde que se creara, allá por el 1997. En Camboya están operando desde el 2015.



APOPO es una organización que se mantiene principalmente a través de donaciones y ayudas. Si queréis obtener más información sobre su filosofía, resultados, objetivos, etc… podéis entrar en su página web y descubrir más. Se puede contribuir a esta causa de diferentes maneras, como «adoptando» a una de sus ratas por 9€ al mes, comprando regalos como camisetas o sudaderas, o simplemente haciendo una transferencia de dinero en efectivo. Todo cuenta.
Y llegados al final de la entrada, me gustaría subrayar que «mientras haya vida, hay esperanza«. Mientras haya personas con buen corazón y dispuestas a ayudar, se puede remontar. Los camboyanos lo están intentando, no se rinden, y aún después de tantas desgracias pasadas, te reciben con una sonrisa en la boca y dispuestas a ayudarte ellas a ti. No es de extrañar que una parte de mi corazón aún esté allí. No es de extrañar que próximamente esté de vuelta en aquellas preciosas tierras.