Una vez acabado nuestro periplo por las islas Phi Phi, volvimos a Krabi, donde cogeríamos un vuelo de vuelta hacia Bangkok, para seguir descubriendo la gran capital tailandesa otros dos días y medio mas. Pero como teníamos unas cuantas horas por delante antes de que nuestro vuelo saliera, aprovechamos para comer en un mercado callejero de Krabi.

Ya de vuelta en Bangkok, aprovechamos el tiempo restante para ver algunos de los sitios importantes que se nos habían quedado pendientes, como por ejemplo, la famosa calle «Khao San Road».

Khao San Road es «la meca» de los mochileros. Desde hace aproximadamente 25 o 30 años, –cuando tan sólo era una simple calle de comercio de arroz-, y se abrió el primer hostal enfocado a aquellos que viajaban con mochila, se ha ido convirtiendo progresivamente en una especia de «hogar en la distancia» para viajeros.
Aquí fue donde tuvimos «el gusto» (nunca mejor dicho) de ver las exquisiteces como «arañas, escorpiones, grillos y otros insectos», listos y servidos para todo aquel que se atreviera a probarlos. También encontramos puestos de carne de cocodrilo. Nosotros nos atrevimos con los grillos, y gracias.
Importante señalar que Khao San Road fue el lugar donde más agobiado y «acosado» por vendedores me sentí de todo Tailandia, y con diferencia. Pakistaníes queriendo venderte trajes, vendedores ambulantes poniéndote el plato de insectos en los morros, masajistas, trabajadores de pubs y restaurantes, chicos con aspecto sospechoso ofreciéndote «pussy«, TODOS llamándote a voz en grito, algunas veces al mismo tiempo, mientras intentas caminar disimuladamente e intentando pasar desapercibido, porque en el momento que les miras a los ojos, y ellos lo detectan, ya los tienes totalmente encima pensando que eres un millonario aburrido con muchas ganas de comer, darte un masaje, comprar cuadros, tener sexo, emborracharte, y pagar taxistas que te estafan, y todo eso al mismo tiempo eh, OJO.
Además de calles y barrios, también consumimos unas cuantas horas en algunos de los gigantescos centros comerciales de Bangkok. Por suerte, además de las plantas enteras dedicadas a grandes marcas y precios desorbitados, también estaba su antagonista, donde se vendía prácticamente de todo y a precios muy, pero que muy asequibles. Nosotros engordamos un poco más la mochila con algo de ropa de aquí.
Otra anécdota curiosa fue que coincidimos, sin saberlo ni pretenderlo, con el día que el «Papa Francisco» visitaba Tailandia, y más en concreto su capital, Bangkok, en visita oficial. Intentamos entrar en el estadio donde el máximo pontífice celebraría la misa, pero tristemente necesitábamos tener un «pase especial» que no teníamos ni idea de cómo ni donde conseguirlo, así que nos tuvimos que conformar con ver «lo que pudimos» desde lo alto de una plataforma sobre la carretera. Hasta que vino la policía y nos desalojó a todos los que allí estábamos, 5 minutos antes de entrar el «Papa» en el estadio.
Mención especial para el hostal que con mucho atino, cogimos en Bangkok para los últimos dos días. El nombre de dicho hostal es «Bed Station Hostel«, precio por noche de habitación compartida: 6€ (desayuno incluido). Ascensor. Limpieza. Aire acondicionado en las habitaciones. Duchas y baños impecables. Servicio de lavandería y secadora por poco más de 1,5€. Servicio de recepción y mantenimiento del hostal impecable, con trato exquisito. En fin, que estuvimos como reyes allí.
Y llegó el momento que nadie esperaba. El tiempo no se detiene por nada, ni tampoco por nadie. La aventura de mis grandes amigos (David y Raquel) y de mi queridísima prima (Mireia) por tierras tailandesas llegó a su fin. Tenían que volver a «la vida real» en España. Han sido 15 días de recuerdos y experiencias que yo al menos, no olvidaré. Y las fotos perdurarán, al igual que este blog, el cual mantendré todo el tiempo que me sea posible, para que nuestras vivencias perduren por muchos, muchísimos años 🙂 Ha sido un placer compartir este trozo del viaje con vosotros amigos y familia, apenas han pasado dos semanas y ya os echo mucho de menos. Este viaje, pero por algún otro lugar del mundo, hay que repetirlo pronto.
El ÚLTIMO SUPERVIVIENTE DE MO CHIT
Curiosa la experiencia que me tocó vivir en la estación de autobuses de «Mo Chit» en Bangkok. Al siguiente día de marcharse mis compañeros de viaje, después de comer, a eso de las 3 y media de la tarde, me dirigí a la estación de autobuses de Mo Chit para comprar un ticket de bus nocturno que me llevara hasta «Aranyaprathet«, en la frontera sur con Camboya. Desde allí cruzaría la frontera para penetrar en «Poipet» ya en tierras camboyanas.
Una vez comprado y recibido el ticket de bus, volví a salir con la intención de hacer tiempo dando una vuelta por los alrededores, pues la hora de salida de mi autobus era las 3 de la mañana. De vuelta en la estación de autobuses, a eso de las 7 y media de la tarde, decidí quedarme por allí, relajándome un poco mientras escuchaba algunos podcasts y veía alguna seria de Netflix desde mi móvil.
Al cabo de unas horas me fui a comprar algo para cenar, y a la vuelta pude observar unas 4 o 5 personas durmiendo en el suelo y en los asientos de diferentes partes de la estación. No le di demasiada importancia, pues es algo bastante común en aeropuertos y estaciones ver gente que debido a las largas esperas hasta la salida de sus respectivos transportes, deciden «matar las horas» echándose un rato la siesta.
Un rato más tarde, sobre las 10:30 de la noche, ya se escuchaba algún ronquido que otro de fondo. Al mirar a mi alrededor por la atracción del ruido, observé que unas cuantas personas más se habían acurrucado en los asientos, usando mochilas, mantas, bolsas, o cualquier cosa que les sirviese, de almohada, y se habían quedado dormidos profundamente. A esas alturas, el número de personas que «descansaban» profundamente eran ya el equivalente porcentualmente al que estábamos despiertas. Es decir, de las 40 o 50 personas que estábamos allí en aquel momento, la mitad estaban ya durmiendo.
Me puse una nueva serie que me tuvo con la cabeza agachada por lo menos durante la siguientes dos horas. Cuando finalmente decidí levantar la cabeza, no pude reprimir una carcajada. Entre el asombro y la estupefacción, me encontré con la siguiente imagen:
Me sentí como «el último superviviente». De todas aquellas personas que estábamos allí, ¡era EL ÚNICO que quedaba despierto! Habían ido «cayendo» uno a uno en las garras del sueño. Me quité los cascos de la cabeza y lo que se oía ya no era un ronquido aislado, era una orquesta de ronquidos. No pude reprimir levantarme, darme una vuelta por los alrededores, y hacer un par de fotos. La imagen no tenia desperdicio alguno.
Al final se hicieron las dos y media de la mañana, y sintiéndome como el protagonista de «28 días después», me fui a la zona de plataformas, andando con cuidado para no despertar a ningún «caminante».
El transporte que me llevaría a la frontera con Camboya, estaba allí, solitario y silencioso, como si también él tratara de no despertar a los que dormían plácidamente en el interior de la estación.
POIPET: LA CIUDAD QUE NO PUDO SER
Crucé la frontera de Tailandia con Camboya con la idea de quedarme «al menos» un día en la ciudad fronteriza de «Poipet«. No sé si por el nombre, por ser fronteriza con Tailandia, o por qué, pero me atraía la idea de conocer a fondo está peculiar ciudad.
Realicé los trámites de «salida» en la aduana tailandesa sin problemas ni inconvenientes. Llegó el momento de hacer la «entrada» en la aduana camboyana. La primera en la frente. Ya había leído sobre la «corrupción fronteriza» en blogs y foros de viaje.

Entré en la garita. Entre policías aduaneros jugando al móvil y viendo partidos de baloncesto y fútbol, solicité los papeles para hacer el visado. Una vez rellenados, saqué los 30 dólares que sabía con antelación que costaba dicho visado. El oficial, bajito y de cara rechoncha, me dijo: «and one hundred baths«. Me estaba pidiendo otros 100baths tailandeses, unos 3,13€. Lo miré por unos segundos sin hacer el amago de abrir la cartera y le pregunté: «¿y eso para qué?«. Un tanto nervioso, viendo en mi rostro duda y desconfianza, dijo: «tasas de gestión«. Miré a mi alrededor y encontré a los demás policías tal y como los había encontrado al llegar, unos tumbados medio durmiendo y otros sin despegar el rostro de la pantalla del móvil. Saqué la cartera y le entregué el billete de 100baths. No tenía ni ganas, ni ánimos (no había dormido absolutamente nada en la estación de bus, y durante el viaje de cinco horas apenas pude descansar una) para discutir o pedir explicaciones. El hombre se metió el billete en el bolsillo y se recostó en una silla, puso ambos pies sobre otra, se sacó el móvil del bolsillo y ya no volvió a levantar la mirada de la pantalla. Yo me fui con mi pasaporte sellado, y con un ápice de rabia por haber «contribuido» a la corrupción fronteriza de la que ya había leído antes.
Así pues, siendo»estafado», empezaba mi periplo por Camboya. Y la verdad es que las cosas no mejoraron mucho más en la ciudad en la que pretendía quedarme «al menos un día«.
Una vez sobrepasada la frontera y penetrado en Poipet, lo primero que me llamó la atención fueron los gigantescos y modernos casinos que había a cada lado de la calle. Había un casino por cada 100 metros. Nada mal si tenemos en cuenta que Poipet no es una ciudad muy grande.
Poipet es además una ciudad en la que desde hace muchos años atrás, han tenido un grave problema con el «secuestro de niños», donde se los llevan a otros países como Tailandia para utilizarlos como el esclavos en todo tipo de trabajos. Me partió el alma cuando leí esto, pues automáticamente me venían a la mente los dos niños que me encontré jugando en la calle y que después de quedarse ambos fijamente mirándome y sonriendo, decidí acercarme y preguntarles sus nombres. No recuerdo ahora cómo me dijeron que se llamaban pero les dije el mío y se echaron a reír mientras intentaban pronunciarlo. Me llamo la atención que uno de ellos vistiera la camiseta del F.C. Barcelona. Más tarde me daría cuenta que en Camboya, las camisetas de grandes equipos de fútbol europeos (sobre todo Real Madrid y F.C. Barcelona) son más comunes que la paella en Valencia.

Me di una larga vuelta por lo más profundo de la ciudad, tratando de encontrar un hostal decente por menos de los 600baths (17,83€) que me pedían en todos por una habitación con aire acondicionado. Yo había escuchado que Camboya era más barata que Tailandia, pero donde en Bangkok habíamos pagado 6€ por noche en un hostal donde se podía comer en el suelo, aquí me estaban pidiendo casi el triple, y mejor no describo el aspecto que ofrecían estos hostales.
No entendía qué estaba pasando, pero los planes de quedarme allí al menos un día y explorar aquella ciudad se estaban tornando muy improbables. No estaba dispuesto a pagar esas cantidades de dinero por una habitación en un hostal mugriento. Seguiría buscando por un par de horas más y si no encontraba nada, me largaría, donde fuera, pero no allí.
Mientras caminaba de una calle hasta otra, allí donde hubiera locales, en grupo o en solitario, sus miradas se posaban en mí y no me soltaban hasta que había doblado la esquina o desaparecido en la distancia. Algo así como si tuviera 4 brazos en vez de dos, o cinco ojos. Fue algo curioso que no sentí en Tailandia en más de dos semanas. También fue un signo inequívoco de que muy pocos turistas paraban por allí. Con los precios que se manejan, no es de extrañar.
Además es que el aspecto de la ciudad no era para nada acorde a los precios de los alojamientos. Miraras donde miraras sólo encontrabas edificios ruinosos, calles de tierra y polvo sin asfaltar, niños desnutridos jugando descalzos, solares a la venta y sin pretension alguna de ser edificados a corto plazo, gente que no habla nada inglés (otro signo de que tratan poco con turistas), y suma y sigue. La última oportunidad, me dije. Encontré un hotel chino de dos estrellas. Me acerqué y pregunté precios. «Entre 25 y 50 dólares la noche». «Vale, enséñenme la habitación más barata que tengan por favor», les dije. Al final me enseñaron tres diferentes, la de 50 dólares (45,02€). Otra de 38 dólares (34,21€), y por fin la de 25 dólares (22,51€). No exagero si digo que a pesar de ser habitaciones individuales, he dormido en habitaciones compartidas en hostales mucho más limpias y con mejor olor. La habitación de 25 dólares no tenía ni ventanas, así que imaginaos el olor y la humedad que habían allí encerrados.
Pues unas 4 horas es lo que duró mi estancia en Poipet. Y no sería porque yo no lo intentara, pero me fue imposible acceder a aquello en una ciudad así. Mientras caminaba a orillas de la carretera buscando cualquier sitio donde preguntar por la forma más rápida e inmediata de salir de aquella ciudad, un chico en una moto se paró ofreciéndome llevarme «al precio que yo quisiera». Le dije que me llevara a cualquier lugar donde pudiera coger un autobus hasta Siem Riep, a 3 horas de allí. Al llegar al sitio (que estaba a 300 metros en línea recta, para ser sinceros) le di un dólar (0,90€) y se le iluminaron los ojos. El chaval se fue, no sin antes darme las gracias unas tres veces, pude contar. Allí compré un ticket de autobus por 5 dólares que me llevaría a Siem Riep, la ciudad que cambiaría mi corta y negativa impresión de Camboya por completo.