En Siem Riep no todo fueron templos y monumentos. Ocho días completos dan para mucho, si se saben aprovechar, y nosotros lo intentamos de muchas y diferentes maneras, como por ejemplo, disfrutando de la curiosa jornada de pesca en el río Siem Riep que pasamos con Chour y sus amigos.
Una buena mañana, a eso de las nueve y media, nuestro amigo Chour nos esperaba en la puerta del hostal, tal y como habíamos convenido el día anterior, para mostrarnos a Rob y a mí su habilidad de pesca con red, que heredó de su abuelo. Para mí esto era algo nuevo, así que contento e ilusionado nos montamos en el «tuk-tuk» y nos dispusimos a acompañarle. De camino hacia el río, nos paramos en una especie de ferretería, donde compramos una red, de unos cinco metros de larga aproximadamente, una capaza de mimbre y algo de picar para el camino.
Media hora después, aproximadamente, nos encontrábamos en una orilla del río, contemplando con curiosidad cómo Chour y sus amigos lanzaban sus redes a una parte concreta del río, que previamente habían estado observando atentamente, como si a través de aquella agua color marrón oscuro, pudiesen distinguir algo que nuestros ojos no conseguían captar.
La sorpresa, una vez lanzada la red, y recogida hasta la superficie un par de minutos después, fue comprobar que la mayor de las veces, la red traía consigo bastantes peces. Unas veces 4, otras 6, creo que en una de ellas, Chour consiguió sacar más de 10 de una sola vez. De esta forma, no era de extrañar que pocas horas después de llegar, en nuestra capaza ya contáramos con unos 25 o 30 peces, la mayoría de ellos del tipo «pez gato».
Después de aproximadamente dos horas lanzando y recogiendo la red, con un cuarto de nuestra capaza llena de peces, Chour y sus amigos hicieron una pequeña hoguera con ramas secas y cañas, y se dispusieron a cocinar sus pescados mientras sacaban el arroz cocido que habían traído y preparaban una rápida salsa donde bañar la comida.
Después de unas cuantas horas de trabajo lanzando y recogiendo red, esta era la recompensa final, una buena y sana comida, entre amigos y cervezas. Yo, que hice de ayudante y aprendiz recogiendo y metiendo los peces en la capaza, también participé del festín, como era lógico. Rob, un poco más reacio a todos estos «inventos», declinó la oferta y se limitó a contemplar y hacer algunas fotos.
Ya entrada la tarde, a eso de las 4, recogimos nuestras «herramientas de pesca» y nos fuimos de vuelta al hostal, disfrutando de unas maravillosas vistas del río, de sus arrozales y del paisaje que nos rodeaba.
En nuestros largos días en la ciudad, no tampoco la oportunidad de descubrir el ambiente nocturno en una de las calles más turísticas de Siem Riep: Pub Street.
Esta calle sería la análoga a «Khao San Road» en Bangkok. La calle de los mochileros, de los turistas, o de los restaurantes y bares a precios «europeos», como cada uno quiera llamarla. Aunque con una gran iluminación y buen ambiente, este tipo de lugares no me llaman por mucho más tiempo que el que consumo en darme un par de vueltas por ellas, tomarme una cerveza y c’était fini.
También hicimos acto de presencia en todos aquellos lugares donde se pudiera comer «bueno, local y barato», como por ejemplo en el «Night Market».
En este famoso lugar, a orillas del río Siem Riep, podemos encontrar todo tipo de puestos callejeros donde encontrar todo tipo de comida local (y alguna no tan local), que podría ser desde unos noodles con verduras o pollo, hasta unos rollitos de primavera. Mayormente todo al módico precio de un dólar (0,90€).
Pero no sólo en los puestos callejeros podemos encontrar este tipo de precios, sino también en los restaurantes de los alrededores (excepto en calles como Pub Street, por supuesto). Aquí dejo como ejemplo algunas imágenes de la carta de uno de los restaurantes de cabecera a la hora de salir a cenar, juzgad vosotros mismos, teniendo en cuenta que 1 dólar = 0,90€.

Y ahora os quiero presentar algo que probé por primera vez allí, en Siem Riep, y que se convertiría en mi plato revelación, para comerlo en posteriores ocasiones, pero cocinado de diferente manera.
El sabor de este exquisito plato es bastante similar al pollo, pero de textura más tierna y fácil de digerir. Debo de admitir que estuve reacio a probarlo en un principio, pero al final no tuve más remedio que rendirme a la evidencia: estaba delicioso.
Además de comer y beber (lo cual es bastante necesario para funcionar), Rob y un servidor también consumimos horas recorriendo la ciudad, donde pudimos contemplar lugares interesantes como los mercados de fruta y verdura callejeros (cabe casi toda la fruta es cara en Camboya, debido a su escasez de producción y que casi todo lo importan de países como Vietnam, China o Tailandia), el palacio real, o una de las organizaciones dedicadas a limpiar el país de minas antipersona (de este oscuro tema hablaré largo y tendido en una entrada posterior) llamada APOPO.
Sería en el restaurante de Chour donde llegaría el momento de la amarga despedida. Acompañado de Rob, Chour, su familia al completo, y algunos amigos más, cenamos animadamente hasta que a eso de las 9 y media de la noche llegó la «van» que me llevaría hasta la parada de autobús, y con ella el momento de despedirme, temporalmente (me prometí), de Siem Riep y de los amigos que allí pude hacer.
Entre largos abrazos, besos a las niñas, y apretones de manos, me despedí de todos ellos, preguntándome en mi interior cuándo sería la próxima vez que volvería a verlos. Yo espero que sea muy pronto sinceramente, pero sólo el tiempo contestara a esa pregunta. Siem Riep ha copado una parte muy importante en mi viaje hasta ahora.

Me esperaba otro autobús nocturno, otras 6 horas y media de viaje recorriendo Camboya, hasta llegar a su capital: Nom Pen, donde entre museos y paseos alrededor de la ciudad, pasaría los próximos cinco días.