Sentimientos contrapuestos en Amritsar

India es un país de contradicciones constantes. Uno puede llegar a amarla y odiarla en apenas minutos. En Amritsar seguí experimentando mucho de esa sensación contrapuesta. Fui engañado por un «amable» compañero de habitación, e invitado a cenar por unos jóvenes hermanos a los que acabábamos de conocer. Observé un acto de demostración de fuerza y «provocaciones» entre dos países que han tenido conflictos desde hace más de cien años que terminó con un apretón de manos y bajada de ambas banderas. Observé a gente muy pobre pidiendo en las calles y me dieron de comer gratuitamente en un templo donde acogen y alimentan a todo el que va, sin tener en cuenta su religión o ideología. Así es la India, así fue Amritsar también.

El tren estaba llegando a la estación principal de Amritsar, cuando Chloe y yo nos encontrábamos de pie, dentro del vagón, frente al a puerta del mismo. Todavía en marcha, aunque reduciendo la velocidad, pude observar cómo un indio saltaba del vagón y con gran técnica seguía andando en la misma dirección del tren para que la inercia no le hiciera caer al suelo. Yo asomé la cabeza por la puerta y me di cuenta de que nos estábamos alejando demasiado de la entrada principal de la estación, así que pensando que el tren terminaría por pasársela, y aprovechando que la velocidad del tren era muy reducida, decidí saltar también, no sin antes decirle a Chloe «¡salta, que se pasa la estación!«. Salté, mochilas en espalda y pecho, me tambaleé unos segundos, apunto de caer al suelo, pero logré estabilizarme y continuar andando. Al volver la cabeza pude ver a mi amiga china saltando, con su gran mochila en la espalda, y al quedarse fija en el suelo sin continuar caminando, la inercia hizo que diera un respingo y callera redonda al suelo. Se dio un pequeño golpe en la cabeza y me acerqué para socorrerla, pero al ver que se recuperaba con normalidad y que la cosa no era grave, no pude reprimir las carcajadas mientras nos encaminábamos hacia la salida de la estación.

Estación de tren Amritsar
Estación de tren de Amritsar

Evidentemente, uno de los principales motivos que nos llevó a visitar la ciudad de Amritsar, en el norte del país, fue el archiconocido Templo Dorado, sede de la religión «sij» que se encuentra en esta ciudad, pero como es un lugar del que se puede sacar mucho jugo, hablaré exclusivamente de él en la siguiente entrada. Mientras tanto, nos centraremos en nuestras otras peripecias por esta curiosa parte del país.

Calles de Amritsar

Desde 1959 se lleva celebrando diariamente una ceremonia de «arrío de banderas» en una de las fronteras más importantes y conocidas entre India y Pakistán, la conocida como Wagah Border. Como bien es sabido por todos, India y Pakistán son países con una larga historia de enemistades y recelos. Se han enfrentado en una guerra directa hasta tres veces y ha habido otros cuantos momentos de mucha tensión. Por ello deducimos que el acto podría ser interesante de presenciar y allí nos dirigimos. Hablamos con uno de los muchos taxistas que se dedican a llevar gente «enlatada» hasta dicha celebración en sus jeeps y por 150 rupias por barba nos acercaron hasta la frontera en poco más de media hora. La celebración tendría lugar sobre las 17:00 horas, nosotros llegamos allí algo tarde, pues llegamos justo para el comienzo de la misma. En el camino de ida conocimos en el jeep a un hermano y una hermana indios, de Jaipur, que también estaban de visita en Amritsar y se dirigían al mismo lugar que nosotros. Desde el primer momento nos caímos todos genial y decidimos compartir aquel momento con ellos.

¡Preparados para el partid… digo, cambio de guardia!
Entrada Wagah Border
Entrada frontera por la parte india

Desde el momento en que te bajas del taxi, no pueden faltar, como es normal, los vendedores, vamos a decir «insistentes», de gorras, banderas y pinturas con los colores de la bandera India. Yo les compré una gorra con los colores indios y una frase que decía «I love my India» por 50 rupias.

Camuflado entre la muchedumbre india, nadie se dio cuenta de que era extranjero

Cuando llegué allí me sentí como si estuviera en el estadio de cualquier final de críquet entre India y Pakistán, más que en un mero cambio de guardia, como lo llaman. Aquello es un espectáculo, una «performance», que dirían los ingleses. Unas enormes gradas a ambos lados flanquean el trozo de carretera que divide ambos países, en las que cada día, a la misma hora, se congregan miles de personas para contemplar aquella ceremonia que se lleva celebrando por más de 60 años.

Wagah Border

Un dicharachero «animador» con uniforme de militar arenga a las masas de gente, micrófono en mano, para que griten, agiten y coreen todo tipo de frases animando a su país. Los gritos llegan a ser ensordecedores por momentos. Los soldados aparecen y al ritmo de tambores de guerra realizan unas rápidas marchas que suelen acabar alzando las piernas hasta niveles que uno consideraría casi imposibles. Taconean fuertemente el suelo y agitan los brazos en señal de poderío. Soldados de ambos países realizan idénticas marchas, con idénticas reacciones por parte de los espectadores.

La ceremonia termina con un fuerte apretón de manos entre algunos de los soldados de ambos países y el arrío lento y sincronizado de ambas banderas nacionales, que terminan siendo cuidadosamente dobladas y llevadas a otra parte. El sol está a punto de ponerse y la gente se levanta en masa de sus asientos y se marchan con dirección a la salida. Tan sólo quedan unos cuantos que deciden hacerse fotos con los soldados y bailar un poco al ritmo de la música.

Una vez terminada la celebración, nos dejamos llevar por la recomendación de nuestros nuevos amigos y nos fuimos a cenar con ellos a un buen restaurante que conocían. Allí disfrutamos de una buena velada hablando sobre nuestras vidas y compartiendo experiencias de vida, cada uno desde sus propias circunstancias.

Los hermanos indios, Chloe y yo, cenando

También saqué algo de tiempo para visitar el monumento conmemorativo a la terrible masacre que tuvo el lugar el 13 de abril de 1919, el Jallianwala Bagh.

Jallianwala Bagh
Monumento Jallianwala Bagh

En aquella época, cuando la India se encontraba bajo el control de la corona británica que la regía con mano de hierro, un desalmado general inglés llamado Reginald Dyer se acercó hasta aquel lugar donde se congregaban pacíficamente más de 20.000 indios desarmados. Por aquel entonces existía un decreto que prohibía a los indios las reuniones de más de 5 personas (para frustrar cualquier intento de independencia del imperio británico por aquel entonces), así que sin previo aviso ni remordimiento alguno, el general ordenó a los soldados abrir fuego indiscriminado contra toda la multitud, por unos larguísimos diez minutos, con el resultado casi instantáneo de 400 muertos y más de 1.200 heridos. Allí se encontraban hombres, mujeres y niños. Todos fueron víctimas de los disparos indiscriminados.

El jardín en cuestión se encontraba rodeado de muros y casas, con lo que no había posibilidad de escapatoria posible para aquellas personas. Algunos de ellos incluso saltaron al pozo que se encontraba allí en la desesperada intentona de salvar sus vidas, pero fue inútil, pues murieron en la misma caída.

Uno de los muros en los que se señalan algunos de los impactos de las balas
El pozo por el que muchos saltaron huyendo de las balas

Con el tiempo, aquella matanza sin razón ni fundamento se convirtió en una de las peores masacres que sufrieron los indios por parte del gobierno británico. En Inglaterra hubo incluso los que tuvieron el «valor» y los pocos escrúpulos de defender al «bravo» general inglés, que según ellos, sólo buscaba lo mejor para aquel pueblo y aquella gente. Que cada uno juzgue según sus convicciones.

Y para finalizar esta entrada, me gustaría publicar la fotografía de un folleto que había en la estación de trenes de Amritsar, que ilustra perfectamente la experiencia que me tocó vivir gracias a uno de mis «simpáticos» compañeros de habitación, que tras tres días de mentiras y generosidad fingida tratando de ganarse mi confianza, terminó por pedirme prestado un dinero que nunca volvería a ver. El dinero, al igual que la experiencia de haber sido «timado» (mucho más en un país como India), no tienen importancia alguna, pero sí la tuvo para mí en aquel momento el sentimiento de rechazo y desconfianza que se generó en mi visceralmente. Somos humanos, y en ciertos momentos es casi imposible anteponer la lógica al corazón. Por suerte, con el paso del tiempo cuando la situación se enfría, la lógica vuelve al lugar al que le corresponde y uno entiende perfectamente que en un país de 1.400 millones de personas, por muy bajo que sea el porcentaje de estafadores y gente sin moral, la cifra sigue siendo tremendamente elevada, y las posibilidades de encontrarse, no con alguno, sino con muchos de ellos, es muy alta. Y eso me pasó a mi. Gracias a Dios, la cifra de buenas personas que conocí supera con creces a las «no tan buenas», y al final es con lo que nos quedamos 🙂

El «cuento» que muchos deberían aplicarse
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